¡Muera España! ¡Viva Hespaña!

Trátase dun texto inédito, a medio camiño entre o ensaio histórico e a autobiografía, que Xosé Velo comezou a escribir nos anos 60, despois do secuestro do “Santa Maria”. Non se conservan os manuscritos orixinais. Na transcrición semella unha obra bastante avanzada aínda que non totalmente rematada.

[De Portugal a Venezuela]

9 de octubre de 1948. Acabo de salir para el exilio. […] Nada traigo conmigo. Una maleta vacía, cinco dólares, muchas esperanzas arruinadas; pero sobre todo, la vocación millonaria de paz y libertad que nos prohíbe hacernos viejos.

El avión, molinero del aire, muele que muele cosechas de distancia noche adentro. Por una hora de vuelo, mil costales de lejanía me van aplastando el alma. ¿Por qué estas angustiosas ganas de llorar?

Allá se nos va quedando todo cuanto es amor o dolor entrañablemente auténtico. Lo que siempre queda después del último despojo: la familia, mi Galicia mártir, nuestra Hespaña prisionera tras las rejas de sus cárceles innumerables. Las cárceles del cuerpo y las del espíritu. Las de los patios chiquitos para nutridas aglomeraciones, donde penan incesantemente los condenados. La que ni patio tiene en pura celda de castigo. ¡Ay!, la traidora cárcel de los patios grandes en la plaza mayor de cada pueblo, donde se recluye la esperanza de los que van saliendo.

La “libertad” de la calle conspira contra el hombre. ¿En qué rincón acechan los delatores? Treinta millones de almas entretejen el turno de su llanto y su condena. ¿A quién le tocará mañana?

Ayer aún, acorralados en Caxias estábamos en un tris de extradición. Juráramos no dejarnos conducir a la frontera y entonces sería nuestra muerte patriótica, inútil sacrificio. Sin embargo, como perros de presa rabiosos, mil nudos me agarrotan la garganta. ¿Será esto una huida? He de volver, hermanos, ¡os lo juro!

Apago la lamparita de mi asiento y una absolución de lágrimas me lava las angustias.

Santa María de las Azores. No pude dormir ni un minuto. Dicen que la guerra terminó hace tres años… Cualquiera lo diría. España se irá pudriendo en el fascismo que sus históricos “amigos” democráticamente decidieron dejar para simiente. ¿Ironía de la vida? No, solamente malicia de la historia. El aeropuerto está vestido de uniforme. Las tropas de ocupación van matando a tragos su aburrimiento. Mientras no se muere, siempre se mata algo. Difícil se pone el triste oficio de vivir. Lo malo es que, si no se practica, nos moriremos antes de que nos maten. En vista de ello resuelvo escribir una postal a la familia y a seguir volando, no hay otro remedio. Del ramal del ciclón de La Florida llegamos a Terranova. Se trastornaron todas las escalas. La próxima será Boston, para reparaciones, y por fin, Nueva York.

Otra vez el regazo de los cuáqueros. Mlle. Reiffer nos recibe con ese amor sin bordes ni afeites que hace del Unitarian una entrañable familia. Nueva York me aplasta contra el cemento de las aceras desde la altura imposible de sus buhardillas. Deseo llegar a Venezuela. Pero ¿por qué, si no me espera nadie? Sin embargo, todo me parece como si regresase a casa después de larga ausencia. Tengo prisa, urgencia mortal de redimirme de la brutal insolencia de los rascacielos. Una secretaria del Unitarian de cuyo nombre no me acuerdo —perdón, que no merecía esto—, diligentísima, fraterna, nos indulta de la pena de los trámites. Seis horas después estamos en el aire. San Juan de Puerto Rico. ¡Oye, tú, aquí vive Juanito! ¿Te acuerdas? Una lista telefónica, una llamada, ninguna respuesta. ¡Qué lástima! Otra vez a volar. La ruta se hizo castellana. Aunque mi lengua es gallega, qué alegría oír hablar castellano a todo el mundo. Está visto, mi galleguismo no es absorbente. Nunca podría ser imperialista, aunque salgamos perdiendo. Estoy cansado. Se me traspapeló el sueño. Las hélices atornillan su torbellino en mi cabeza. Me dispongo a tomar notas. Desisto. Santo Domingo. Unas páginas de Juan Bosch, ese catalán dominicano en lucha mortal con el sátrapa Chapita, me habían conmovido a tal extremo que si no me enrolé entonces en la Legión del Caribe fue porque me prendieron. Ahora estoy más cerca y bien tentado de perderme en esta escala. Tomamos tierra. Veinte minutos apenas y un incidente con un esclavo del déspota. Es un pobre desgraciado, como tantos, que consuela de uniforme sus miserias y sus penas. Lo habían amaestrado en cerrar el paso a empellones. Un hombre para una puerta abierta, como un perro. Me empujó su “Prohibido pasar” y no sé que gruñó al mismo tiempo. ¡Pues dígale al jefe que cierre la puerta y váyase, animal! ¡No ve usted que está haciendo competencia desleal a las puertas cerradas, tarugo! Se lo dije en gallego para disimular mi afecto, pero no debió de gustarle mi nariz y se puso bravísimo. El incidente no pasó a mayores, porque no convenía y por suerte viajera. Compro EL CARIBE, una especie de HOJA OFICIAL DEL LUNES a diario. Conforme voy leyendo, voy mirando de reojo con andares de químico. Pregunté varias veces qué ciudad era aquella. Tenía mis dudas a pesar de saber que era Santo Domingo. Leyendo El Caribe sentí la impresión de encontrarme en España. Benefactor, Caudillo, Padre de la patria nueva, Salvador de la Patria, Dios y Trujillo… ¡Ah, vida, vida!, otro Generalísimo: Doctor Rafael Leónidas Trujillo y Molina y demás estribillos de la heráldica fascista. Periodismo purísimo. Una joya de periódico. ¡Todo sea por Dios! ¿Cuántos mercenarios habrá en el mundo? Y ya que esta calaña de gente se ha puesto de acuerdo para hacer fea la vida, ¿por qué no creamos una internacional de personas honestas, a ver si les ponemos bien duro el oficio? De cualquier manera, llegará el día en que los mercenarios sean delincuentes comunes. ¿Te consuela eso, amigo? Pues a mí tampoco.

¡Pobres dominicanos!, están tan solos como nosotros. ¡Cómo me va doliendo vuestra patria triste!

Seguimos volando. Mi sueño está exiliado, pero voy dolorosamente rendido. Este avión no sabe volar, debe de estar aprendiendo. Es un bimotor medio carguero que navega a saltos, como si en el atril de las hélices la solfa de la ruta fuera una gráfica de fiebre de malta. Por fin Curação. Quien así lo desee puede permanecer a bordo. ¡Alabado sea Dios! No me enteré de nada. Al despegar dormía y soñaba con líneas quebradas. Un complicado sueño que os contaré algún día. ¡Primero veremos cómo salgo de este libro! Sueño y pesadilla. Un inmenso charco. Planchas de papel de lija y de gelatina. La vida y la muerte. El hombre crucificado sobre sus libros y sus guerras. Un niño, un abismo, un horroroso grito. Ahí mismo me despertaron.

Maiquetía, última escala y palo de amarre de la pesadilla. Acabo de llegar al exilio. Desembarco atolondrado. Camino por la pista con todas las neuronas en cortocircuito. ¡Ah Caín, Caín! ¡Qué hermano ni que niño muerto! Eso mismo: niño muerto, niños muertos a montones de los balazos que los van dejando huérfanos… Oiga, joven, ¿será que no hay remedio para esto?

—Ustedes son rojos…, roojoos…, rooojooos. Rojos, sí señor.— Bueno, cuando Ud. lo dice… —Tengo derecho y los perseguiré, los torturaré, los encarcelaré, los mataré. Los mataré a todos, sí señor, a todos si es preciso.— ¿Más muertos todavía?, pues se van a quedar sin gente que trabaje.